25 May 2016

Televisión educativa

La tele es una basura. Así, en general y sin anestesia. No hay por dónde cogerla. Todos los canales y programas son deleznables. ¿Todos? No, todos no. Aún existe una pequeña aldea que resiste los embates del imperio cochambroso que la rodea: Divinity.

Sí, no me miréis así. Divinity es la quintaesencia del entretenimiento. El súmmum del humor televisivo. Es empezar a ver un programa tras otro y no parar. Y para muestra un botón de los gordos y forrados de tela de esta de bata de viejo.


Tu estilo a juicio

Resumo un programa tipo:

Aparece en pantalla un presentador de labios inflados, sonrisa brillante y ojos chispeantes (o achispados, a saber), con cara de acabarse de despertar de la siesta. El susodicho da paso al participante (lA participante en un 99,9% de los programas). En general se trata de una persona grotescamente vestida y/o (des)maquillada. Algo así como si el señor de la sonrisa chispeante se cuela a las 6 de la mañana en tu habitación, te despierta a sartenazos en la frente, te pone la funda de tu almohada, los pantalones de tu abuelo y los zapatos de la boda de tu madre, te tira a la cara medio catálogo de Margaret Astor, y te lleva al plató enganchado en el techo de su deportivo.

Así aparece, como digo, la participante del programa. Lo siguiente es mostrar las opiniones de un grupo de "hijoputas" (del latín "tejodescom loquetedigum") que se dedican a rajar a la pobrecica víctima como si les debiera dinero. El objetivo primordial del asunto es hacerle llorar, y destrozarla física y mentalmente. Objetivo que, en general, consiguen sin problema. A continuación, le dan la buena nueva a lo que queda de ser humano: te vamos a tunear y vas a parecer una barbie contrahecha.

Una vez hecha la introducción del programa, empieza el tratamiento para rehabilitar al despojo humano que llegó al plató. Para ello comienza una china de rostro plastificado, que venga quien venga, lo primero que hace es inflarle los labios y ponerle la cara como si la hubiese metido en una colmena de abejas cabreadas, pero en lugar de usar abejas utiliza láser, que duele lo mismo pero es más chic y huele a quemado.

Fase dos: pareja de dentistas de sonrisas psicópatas y morenos UVA. Son la versión yanqui de Zaplana y Fernández de la Vega. Estos dentistas son tremendamente eficientes, y tienen un gran stock sobrante de lo que ellos llaman: "carillas Da Vinci". Es decir, fundas que te dejan los dientes como un Ken acabado de salir de la caja, o la versión yankee del "Zoleta de Cái".

Fase tres: vestuario. Un señor amanerado va al armario de la participante, le hace disfrazarse con su propia ropa, se cachondea de ella un poco más, y la lleva de compras para, según sus palabras: "buscarle ropa sexy". Y da igual si tú querías un chándal para estar por casa, que él te recomendará una falda de tubo, porque puedes ver la tele despatarrada, pero sexy. Y si es una monja de clausura, le pondrá un escotazo, porque puedes hablar con dios, pero sexy. Y si eres una venerable anciana, pues minifalda para lucir canillas.

Luego peluquería. Aquí te toca normalmente un Llongueras mellado que se lava el pelo con tocino y básicamente aunque tengas la melena de Tina Turner, te corta el pelo a lo calimero para engancharte extensiones kilométricas en lo que queda de pelambrera. Y te tiñe el pelo de rubio. Y si ya lo tenías rubio, pues te pone el mismo tinte, y te callas, que hay que hacer gasto.

Y por último maquillaje. Aquí el muñeco Ken (no alguien que se le parece, no, el Ken de verdad) te pinta un cuadro de Velázquez en la jeta, te pone dos escobas por pestañas y te depila las cejas con el rotring del 0.2 con el único objetivo de que no te reconozca ni la madre que te parió.

Tras esto vuelve la víctima a la sala de juicios, donde los mismos "hijoputas" de la vez anterior, u otros "hijoputas" distintos, comentan extasiados lo segura de sí misma que parece la cosa esa que antes eras tú, y la apariencia que tienes de alto ejecutivo, presidente de equipo de fútbol o empotrador profesional.

Ahora decidme si esto no es una obra de arte de la sutileza, la cultura, la elegancia y la educación en valores.

Y vosotros diciendo a vuestros hijos que lean y mierdas de esas.


05 April 2014

La toma de París



Estamos en el año 1810 d.C. (después de Cristo), o lo que es lo mismo, el 204 a.R. (antes de Rajoy). Toda España está ocupada por los gabachos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles cañaíllas resiste todavía y siempre al invasor. Entre ellos, destacan el druida Deánix, que ha creado un mejunje extrañísimo para adobar cazón...

Y como diría el gran sabio: Fin de la cita.

Ya sabéis el resto de la historia, lo que hacían las gaditanas con las bombas que tiran los fanfarrones, lo de Lola la Piconera, y lo de la constitución más efímera, y una de las más inútiles de la historia (casi tan inútil como la actual). 

¡El caso es que por fin llegó nuestra dulce revancha!

Llegó el año 2014 d.C. (después de Cristo), o lo que es lo mismo, el 3 d.R. (después de Rajoy). Toda la Galia está ocupada por los gabachos… ¿Toda? ¡No!  http://www.elmundo.es/internacional/2014/03/30/53357176268e3ea4408b4578.html

Nos ha costado un par de siglos, pero la venganza es un plato que se sirve frío y pasado de fecha. Ya estamos gobernando París, de ahí a conquistar el mundo no queda nada. De hecho ya estamos enviando a Alemania a hordas de espías y soldados super-entrenados e hiper-mineralizados en forma de estudiantes de doctorado e investigadores muertos de hambre. De aquí a otros 200 años, ya habremos infiltrado a un alcalde en Frankfurt o un apellido sencillo en un alemán.

De momento conocemos algunos de los puntos del programa electoral de la alcaldesa cañaíllo-gabacha, aka "Laana":

1.- El "Jardin des Invalides" se renombrará a "Jardin du les retirè de Carraca pour non-oíre très bien"

2.-  Inmediato comienzo de las obras de los Jardines de Luxemburgo para habilitarlo para el inminente paso del tranvía de la Bahía por todo el medio, completando la ruta Cádiz - San Fernando - París - Chiclana.

3.- Se aprueba por decreto la eliminación de los Starbucks, que esos no son ni cafés ni nada y lo de "Frapuccino" no suena muy francés que digamos. En su lugar se abrirán sucursales de Freidores el Deán, donde se servirán las auténticas tortillitas de camarones del Sena, y el cazoné en adobé en papel maché.

4.- Se institucionaliza el uso y disfrute de les Champs Eliseè como carrera oficial de la Semana Santa isleña, para poder oír el jueves santo de madrugá ese grito tan gitano-gabacho y tan típico de: "Oh la là, mi Nazareno".

5.- Se cambian en todas las pastelerías los macarons por torrijas y los croissants por migotes de pan en leche.

6.- El Festival de Cannes será a partir de ahora el Festival de Cannavá, y en vez de Al Pacino irá la chirigota del Love, y lo presentará Paz Santana, cañaílla de pro.

7.- Dentro del hermanamiento de París con San Fernando, las dos ciudades se intercambiarán monumentos típicos. Se traslada a San Fernando la torre Eiffel para sustituir al facha General Varela en la plaza del rey, quedándose en el centro de París, presidiendo los campos de Marte, el maravilloso monumento de la entrada de la Isla, a saber: 



Y también se cambiará el Moulin Rouge por el molino de mareas del Zaporito.

8.- Se obliga a todos los gabachos con motocicleta a llevar Nike de muelles y no ponerse casco.

9.- Se restringe el derecho a voto de los parisinos, no ya a los mayores de edad, sino sólo a aquellos que se hayan atrevido a tirarse del puente de hierro (y hayan sobrevivido).

y 10.- Se cambia el himno ese cursi de la Marsellesa (que no se entiende bien, porque no vocalizan nada) por el himno "Como el agua", de Camarón, que es más sentío y tiene más "áhe".


Au revoir, pishita.

15 July 2013

Vaivén - Mario Benedetti

Es un poco largo, quizá, aunque a mi se me hizo corto cuando lo leí. Se trata de uno de los cuentos incluídos en una antología de Mario Bendetti, repleta de joyas como esta. Espero que lo disfrutéis.


Vaivén


“Vení a dormir conmigo:
No haremos el amor, él nos hará”
Julio Cortázar


Como casi siempre, al descubrirse, el desnudo y la desnuda se asombran de sus desnudeces. Como casi siempre, éstas son mejores que las de la memoria. Por supuesto, son jóvenes. El es el primero en quebrar el encantamiento y la inercia. Sus manos se ahuecan para buscar y encontrar los pechos de ella, que al mero contacto lucen, se renuevan. Entonces, acariciando persuasivamente entre índice y pulgar los extremos radiantes, él dice o piensa: “No es que carezca de sentido de culpa, pero la verdad es que no me atormento. Las sensaciones vienen y se van, son aves migratorias, y cuando vuelven, si vuelven, ya no son las mismas. Se fueron frescas, espontáneas, recién nacidas, y regresan maduras, inevitablemente programadas. Entonces, ¿A qué ahogarse en el deber? El deber, al igual que el dolor (¿o será otra filial del dolor?), es un cepo. Esto hay que saberlo de una vez para siempre, si queremos que su gesto amargo, rencoroso, no nos sorprenda o nos frustre”.

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El niño, desnudo como un ángel pero sin alas, inocente de su propia inocencia, camina por la playa desierta y madrugona, hundiendo cautelosamente sus pies, todavía rosados, todavía fríos, en esa cambiante frontera que separa la arena de la olita. Descubre un tibio placer en ese gesto neutro, misterioso, que lame sus tobillos. No reflexiona. Simplemente disfruta. El mar no tiene para él ni pasado ni futuro. Es tan solo una lengüeta que viene a acariciarlo, a darle la bienvenida. Y él corresponde y sonríe, a veces hasta ríe con breves carcajadas. En realidad, juega consigo mismo y con el mar. Y todavía no sabe que éste no se entera, todavía ignora que el mar es de una indiferencia insoportable, que el mar es la única tumba móvil, que el mar es la muerte en estado de pureza. En ese punto, el niño se detiene y ve a la niña.

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Las colonizadoras manos de ella acarician la colonizada espalda de él, y empiezan a invadirlo, a abrazarlo, a tenerlo. Entonces ella dice o piensa: “Todo eso lo sé. Y sin embargo, en mí hay una vocación de permanencia, que , por otra parte, nunca he visto cumplida. Es obvio que el futuro está lleno de amenazas, de riesgos, de inseguridades, pero yo creo (de creer y de crear), para mi uso personal, un cielo despejado. De lo contrario, el goce se me gasta antes de tiempo. Vos te aferrás al instante, ése es tu estilo. Mi instante, en cambio, quiere ser prólogo de otro, aunque lo más probable es que luego ese otro instante no comparezca. Algo o alguien puede matar mi futuro, pero que sepas que mi futuro no es suicida”.

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Lejos, en términos infantiles, pero bastante cerca en cualesquiera otros, la niña desnuda como otro ángel pero también sin alas, viene a su encuentro por la arena que aquí y allá se alza y vuela gracias al aire matinal y marino. No se atreve todavía a pisar agua, solo permite que la arena livianísima suba y baje por entre los finos dedos de sus pies brevísimos. Allá arriba, entre pinos y eucaliptus, están las casas de los padres, los tíos, los adultos en fin, que todavía se reponen de la fiesta de anoche. Al igual que el niño, tampoco ella reflexiona. Apenas si siente una repentina curiosidad por esa imagen rosácea que se acerca (o tal vez es ella la que se va acercando, ¿o serán ambos?) y le vienen ganas de hacerle una señal, un saludo, un signo. La niña abre los brazos y ve que la imagen rosácea también abre los suyos. Entonces se forma en sus labios una sonrisa primaria, en soledad, tan espontánea como autosatisfecha.

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Ahora la boca del hombre se ha detenido en la oreja de ella y opta por pensar o decir: “Sabes una cosa? Tu oreja no siempre está desnuda. Sólo lo está cuando vos lo estás. Me gusta tu oreja desnuda, tal vez como una consecuencia de que me gustás así, como estás ahora. Después de todo, tenés razón: el instante es mi estilo. Es allí que lo juego todo. No ahorro disfrutes para vivir de esa renta en la tercera edad. Beso tu oreja como si nunca hubiera besado otra oreja. Por eso tu oído escucha estas palabras que nunca escuchó antes. Ni dije o pensé antes. El amor no es repetición. Cada acto de amor es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada en su propio ritual. Es, cómo podría explicarte, un puño de vida. El amor no es repetición”.

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El niño y la niña se han ido acercando y se detienen cuando apenas un metro los separa. O ya no. Porque la niña avanza una mano hasta posarla en el hombro del niño, y nota que es un poco más alto que el hombro de ella. “¿Cómo te llamas?”, dice él para de alguna manera expresar el gusto que le da aquel contacto. “Claudia, ¿y vos?” “Marcos.” El consigue suficiente coraje como para que su brazo derecho también avance hacia el brazo izquierdo de Claudia. “Siempre venís a la playa?”, pregunta él. “No, pero desde ahora vendré todos los días” Marcos siente que está conmovido y Claudia ve que él se sonroja. También ella se sonroja, pero por solidaridad. Durante la pausa, ambos se miran en lo que son y en lo que difieren. Claudia dice, todavía inocente de su propia inocencia: “¿Qué tenés ahí”. Y se lo toca. Es un contacto leve, pero Marcos experimenta la primera alegría importante de sus seis años de vida.

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La mujer mueve la cabeza hasta que sus labios rozan los de él y entonces dice o piensa: “Ya lo ves, has repetido que no es repetición. Y eso quiere decir algo. Digamos que es y no es. Todo es verdad. A mí, por ejemplo, me gusta repetir el amor, aunque reconozco que cada fase tiene un final distinto, una bisagra original que la una con la fase que vendrá. La repetición está en el comienzo y es como un eco, un recordatorio de la piel. A mí siempre me enternece recordar la piel, pero sobre todo que tu piel me recuerde tu piel. No tengas miedo, en el amor (al menos, en mi amor) la repetición no se vuelve rutina. El acto mecánico, físico, puede (o no) ser igual o semejante, pero tu cuerpo y mi cuerpo nunca son los mismos. El sexo que hoy vas a ofrecerme no es el mismo del sábado pasado ni será, estoy segura, el del próximo martes, y el surco mío que lo reciba tampoco es ni será el mismo. El amor es y no es repetición”.

Él se aparta un poco para mejor unirse, o sea para que sus manos, y de a ratos sus labios, puedan ir recorriendo colinas y hondonadas, rincones y llanuras. La piel de ella alternativamente se eriza o se abandona, en tanto que allá arriba la boca se entreabre y los ojos comienzan a cerrarse. Entonces él piensa o dice: “Cómo voy a programar o a calcular el amor de mañana o pasado, si tengo aquí esta concreta recompensa (o castigo) que sos vos, hoy? No te engaño si en este momento te confieso que te quiero toda, cuerpo y alma y alrededores, pero ¿para qué voy a hacerle descuentos a este deleite pronosticando qué sentiré el martes o el jueves? Si aparto mi mirada de tu vientre húmedo y contemplo allá enfrente el muro blanco, o más allá, si trato de vislumbrar el tallado infinito, me encontraré inexorablemente con esa última viga que es la muerte, y ésta es, por definición, el no amor. ¿Cómo no preferir mirarte a vos, que sos la vida o por lo menos una de sus más incitantes imitaciones?”

Hay un silencio cálido, inexpugnable, que envuelve los dos cuerpos. De pronto, el hombre decide apoyar su oído sobre el poderoso ombligo de la mujer. Es como si a través del omphalos, esa cicatriz genérica, esa boca muda, la mujer murmurara o vibrara en el oído del hombre: “Quisiera tenerte siempre, pero me resigno a tenerte hoy. Quizás la diferencia resida en que mientras tu goce es explosivo, fulgurante, el mío, que acaso es más profundo, tiene ojeras de melancolía. No puedo evitar prever desde ahora, junto al buen azar de tenerte, el anticipo de la nostalgia que sentiré cuando no estés. Ya lo sé. Demasiado lo sé. Todo está claro. Todo estuvo claro desde el vamos. Pero que me resigne no incluye que te mienta. Y esto que yo, ombligo, dejo en vos, oído, es para que alguna vez te zumbe y al menos te preguntes qué será ese zumbido.

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El veterano siente el otro cuerpo. No como antes, poro a poro, pero lo siente. Ambos saben de memoria qué cuenca de ella se corresponde con qué altozano de él. Encajan uno en otra, otro en una, como si conformaran un paisaje clásico, de postal o museo. Sólo que antes eran paisajes del último Van Gogh y ahora son del primer Ruysdael. Él demora en encenderse y ella lo sabe pero no se impacienta. El mensaje de la discoteca se filtra implacable por entre las persianas. La humedad de la madrugada los remite a otros otoños. Él sabe que aquí no vale rememorar la pasión como quien recorre un viejo códice. Pero esa misma distancia lo conmueve y percibe por fin que esa filtrada emoción es la legataria, la penúltima Thule, el corolario normal de la pasión antigua. Sólo entonces se siente crecer. Sólo entonces ella siente que él crece.

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Ni el desnudo, ni la desnuda oyen campanas. Eso pasaba antes, en las fábulas familiares de las abuelas o, más cándidamente, en alguna marchita película de Burgess Meredith. Estos de ahora escuchan truenos lejanísimos, bocinas de ansiedad, ambulancias que aúllan, rock en ondas, y más confidencialmente, labios que se disfrutan, comunión de salivas. La mujer se estira en toda la extensión de su piel sabrosa, abre brazos y piernas, tal como si se desperezara pero más bien perezándose. Siente que la boca del hombre va ascendiendo a su boca y cuando por fin cada lengua se encuentra con su prójima, ambas proponen o resuelven o gimen: «Qué importa si es o no repetición, qué importa si es prólogo o desenlace. Estamos. Somos. Una y uno. Dejemos que la muerte nos odie desde lejos. Desde muy lejos. Somos. Estamos. Tan cerca de vos que soy vos. Tan cerca de mí que sos yo. Una + uno = une. Se unen, pues. El mundo queda fuera, con sus culpas, sus deberes, sus ropas. El desnudo y la desnuda son únicos testigos del amor sin testigos. Uno sobre otra, o viceversa, la humedad de sus vientres es de ambos. Los cuerpos (esos futuros, inevitables proveedores de ceniza) borran de un placerazo sus condenas y también se reconocen y trabajan. Trabajan y se gozan, únicos en el mundo, por fortuna olvidados». Entonces ella piensa o grita: «Vení», y él canta o piensa: «Voy». Y así, poco a poco (y al final, mucho a mucho) se ensimisma y celebra, se alucina y consuma el va-i-vén.


Vaivén - Mario Benedetti